Antes que el tiempo tuviera nombre
antes que la palabra se hiciera verbo,
había un hombre que quería ser
el primero en parar el tiempo;
y lo intento muchas veces
con sus manos delante del cuerpo,
intentando parar el aire
que confundía con el tiempo.
Las cosas no tenían nombre
no sabía como se llamaban,
todas eran cosas errantes
en un mundo sin definirse nada;
y el hombre no encontraba la formula
para medir su tiempo,
lo notaba en las canas
que aparecían en su pelo;
pero como nada tenía nombre
no controlaba su cuerpo,
los años pasaban por él diciéndole:
yo soy tu tiempo.
Cuando el hombre puso nombre a las cosas
y puso en orden su pensamiento,
llamó a las cosas por su nombre
y descubrió que era viejo;
también descubrió que las canas hablan
de su edad y su tiempo;
porque lo llevaba grabado en sí mismo
y solo necesitaba un espejo.
Y cuando se miró, se abrió su mente
y descubrió, que apenas se hizo la palabra,
todas las cosas tomaron nombres
y él era un hombre viejo;
y que era inútil el esfuerzo
de intentar parar el tiempo.
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